Fiesta al noroeste es una novela corta escrita por Ana María Matute y galardonada con el Premio Café Gijón 1952. Dingo, un titiritero, ha vuelto a su pueblo natal tras fugarse hace cuarenta años para dedicarse a la interpretación. Viaja en un carromato junto a un ayudante mudo, varios perros y diez máscaras que representan a diez personajes diferentes. La mala suerte provoca que su carromato se despeñe y acabe con la vida de un niño que pasaba por allí. Ya preso, Dingo reclama a los guardias que Juan Medinao, un amigo de su infancia, se presente allí para ayudarlo. Y es aquí cuando descubrimos la vida de Juan Niño, hijo de Juan Padre y nieto de Juan Abuelo. Los Juanes eran los amos de aquellas tierras y todo el pueblo trabajaba para ellos. Será en este reencuentro cuando se rememorarán los hechos acontecidos en el pasado, desde que Juan Niño sufría las burlas de los demás y de cómo Dingo, el hijo del guardabosques, le prometió una vida lejos de las zurras de su padre y que, luego, le traicionó. Con una narrativa impecable y que rebosa sentimientos, Ana María Matute nos describe un pueblo cualquiera, seguramente una representación de aquella España de postguerra, atrasada aún, con amos y campesinos, sin posibilidad de salir de ese bucle y viviendo en las peores condiciones. La novela muestra las dos caras de la moneda: el niño que busca salir del pueblo y ver mundo; ser el dueño de su propio destino. Por contra, aunque con los mismos sueños, también está aquel que seguirá el linaje de su familia, se quedará en la gran casa y gestionará las tierras sintiéndose poderoso, aunque no haya terminado ni el colegio. Parece como si la propia autora hubiera vivido lo que acontece en cada uno de los capítulos. O quizá es una forma de describir la irá y el dolor por aquella guerra y aquella postguerra que vivió, realzando la rabia hacia aquellos que no soportaba ver o que tenían más de lo que otros podrían llegar a conseguir. Quiero pensar que es solo ficción, pero como en muchas otras historias de Matute, la realidad llega a superarse. Igualmente, como he dicho, la calidad narrativa lleva a disfrutar de la literatura en estado puro; a cerrar los ojos y sentir cada palabra, cada pensamiento, cada sentimiento de unos personajes que solo han conocido el sufrimiento, la rabia y la desesperanza.