Esto va a ser un poco largo, pero confío que les sirva - y ojalá les gusta también- ,está escrito desde las tripas, que se dice. Quienes me conocen saben que no soy carne de la No ficción. Amo demasiado la novela y nunca encuentro una razón suficientemente poderosa como para agarrar un ensayo por las hojas, como a los rábanos, y ponerme con él. Pero alguien en quien confío me recomendó el segundo título de Morgan Housel tras La psicología del dinero, que al parecer es también una obra de referencia internacional que yo, ya saben, la mujer anumérica, obvié desde el minuto cero. Lo usé, eso sí, para quedar magnánimamente con mi gestor del banco como recompensa por lo pesada que puedo llegar a ser con todo lo que no entiendo de papeleo y gestiones para las que siempre voy, además, indefectiblemente tarde. Y funcionó. Funcionó lo de regalárselo, pero quiero decir que también funcionó lo de la recomendación: Ese libro fue como tener a alguien asintiendo a todo lo que yo suelo decirle a mis hijos, dándome la razón, haciéndose entender, hablándome en un idioma conocido, dándome palmaditas en el hombro. En realidad el libro no es sino un ejercicio de lógica aplicada, sentido común, lección histórica, sabiduría sin el componente zen y apabullante conocimiento del género humano, todo mezclado, no agitado. Volcado con mimo en capítulos titulados como a mí me gusta: estilo 100% connotativo rozando el eslogan publicitario. Por ejemplo, el capítulo 7 reza “No cuadra. El mundo se mueve por fuerzas que no pueden medirse” A nadie como a la gente que nos dedicamos a la Comunicación le gusta tanto el palabro “intangible”. Saber que no estás sola cuando te asaltan pensamientos como “la lógica es un invento humano y el Universo puede ignorarla”, reconforta. Esa frase no es mía, es de un historiador citado en el libro, un tal Will Durant, apuntalado por el autor con la explicación de que “el intento de destilar a los humanos, emocionales y hormonales, en una ecuación matemática es la causa de mucha frustración y muchas sorpresas en el mundo.” De modo que, cuando un analista económico del prestigio de Housel baja dos peldaños para decirte con sorna que “si durante mucho tiempo has confiado solo en los datos para comprender la economía, llevas cien años confundido”, a ustedes no sé, pero a mí me da herramientas para seguir huyendo del Excel en busca de prados más narrativamente verdes. Porque es en la narrativa donde una se desenvuelve con más soltura, y leer que “la mejor historia gana”, me legitima: no gana la lógica, gana la poesía, ésa es la magia, que los relatos sean siempre más potentes que las estadísticas. Otro recurso narrativo que utilizas con tus hijos cuando ya son mayores es aquel que yo he bautizado como el de “la primera legua de mal camino”; ahora que empiezan a aventurarse en lo profesional, intentar explicarles que, hasta que uno se asienta, cosas no necesariamente agradables pueden ocurrir - y seguramente, ni que sea por estadística, van a ocurrir- puede haber peajes indeseables, jefes cabrones, proyectos que resultan no ser lo que esperabas, zancadillas inesperadas, pero hay que seguir nadando, que diría Dori. En primer lugar porque no queda otra y en segundo porque, sencillamente, hay cosas que es mejor llevar aprendidas, asumidas y digeridas cuando sales de casa: Nadie dijo que fuera fácil, y, en palabras de Housel, “nada a lo que merezca la pena dedicarse, sale gratis”. Ese es, en general, el coste de progresar. Solo hay que tener la habilidad de identificar y calibrar cuántas chorradas, incordios y sapos tendrás que soportar y tragar para seguir avanzando. De ese modo se mantiene a raya el desespero, compensándolo con ilusión, con los buenos ratos y los de la cárcel, hasta que se logra, primero suavizar y luego invertir la proporción entre lo insoportable y lo agradable. Consuela leer también cosas que una pensaba propias de boomer recalcitrante, criada a la sombra del rótulo de Auschwitz, “el trabajo os hará libres”, como que “hay un delicado equilibrio entre el estrés útil y el desastre paralizante; el estrés centra tu atención, te hace poner el foco de una forma en que las épocas felices no pueden hacerlo”. Eso, que comúnmente conocemos como “trabajar bajo presión”, tan mal visto y con tan mala prensa pero que es el equivalente a hacer las tareas del hogar cabreada: vas mucho más deprisa y a piñón. Y el equivalente en el otro lado sería la zona de confort que, a su vez, está definitivamente sobrevalorada, en el sentido de que es frecuente, cuando todo va de maravilla, toparse con algunos de los peores, más estúpidos y menos productivos comportamientos humanos. Gracias, Sr Housel, lo cuenta usted como nadie. Una vez más, los libros al rescate. Hijos, os lo dije: Yo tenía razón.