Maravilloso!! Cuando leí esta novela me encontré frente a una obra que no solo cuenta una historia, sino que te lleva de la mano por un espejo de emociones profundamente humanas. Desde las primeras páginas, la novela te invita a adentrarte en la cotidianidad de una familia aparentemente normal, pero que, como tantas otras, está cargada de silencios y tensiones que tarde o temprano afloran. Me convertí en testigo de la vida de Javier, Celia, y sus hijos. La pluma de Simón no se esfuerza por embellecer la realidad: te habla de culpas, de secretos y de las heridas que todos llevamos, pero que rara vez compartimos. En este sentido, el autor logró conectarme inmediatamente con la historia, porque lo que sucede en esta familia puede sucederle a cualquiera. El conflicto central no es la triste tragedia que sufren, sino los desafíos diarios de vivir, amar y comunicarse. La historia profundiza en dos generaciones: los padres y los hijos. En Inés, la hija “ascolescente”, etapa donde el silencio es una forma de rebeldía y el aislamiento, una defensa. En Javier, el padre, que lucha contra su propia culpa y la sensación de no ser suficiente. Celia, la madre, que parece ser la figura que lo sostiene todo, pero, como se descubre, también esconde grietas que la hacen vulnerable. Las descripciones de la novela están impregnadas de nostalgia y autenticidad, lo que obliga a detenerte y saborear las palabras. Hay pocos diálogos, pero eso no resta dinamismo. Contada a dos voces, con dos estilos, con dos posturas, fui capaz de empatizar con Javier e Inés, cada uno te convence de lo que cuentan sin poder inclinarte por ninguno de los dos. Me imaginé escondida leyendo esos textos que cada uno escribía para el otro y que fueron desgranando toda la historia. Es una obra que deja huella porque no te deja escapar sin enfrentarte a preguntas esenciales: ¿qué estamos callando? ¿Qué miedos y culpas no hemos enfrentado? Y, sobre todo, ¿qué podemos hacer para salvar lo que realmente importa?